Cuando la política no enseña

Analizando las inquietudes del sector educativo nos encontramos en la difícil tarea de identificar un rumbo político que no solo represente el trabajo docente sino que lo comprenda y reconozca.

Las políticas educativas plasmadas en las plataformas de los diferentes candidatos, privilegian el discurso educativo por encima de los objetivos certeros, basados en un real análisis de las necesidades y demandas; y de la idea fundamental sobre que ciudadanos se desea formar, por qué y para qué.

Estos discursos generan un alto impacto, conmoviendo a quienes los escuchan y eligen. Generalmente expresan ideas como:

  • “Ampliaremos la oferta educativa”, sin especificar siquiera a cual oferta se refieren, ni lo que los motivó a hacerlo ni quienes lo harán.
  • “Proveeremos de una adecuada infraestructura a los establecimientos”, sin plantearse si los arreglos y las enmiendas que proponen a esas antiguas y deterioradas infraestructuras son las adecuadas para una generación distinta, tecnológica y dinámica.
  • El “Repartiremos más computadoras” como signo y símbolo de equidad social, cuyo desconocido significado es mucho más amplio y complejo de lo que se supone. Es impensable que el analfabetismo tecnológico se supere sin más que la simple incorporación de la máquina.
  • La entrega de útiles y material pedagógico obsoleto, dirigido a currículas ya modificadas pero pocas veces repensadas.
  • Extensión de jornadas. No como propuestas pedagógicas nacidas de la realidad docente sino como agente de contención social.
  • Ofertas de diferentes Becas Educativas, donde pocas veces se premia el esfuerzo real de los estudiantes.
  • Seguridad en las Instituciones, sin especificar cuáles serían las técnicas ni los sectores donde se aplicarían.

Las resonantes ofertas se exhiben como espejitos vistosos que atraen sin dar soluciones en profundidad, las cuales obviamente requerirían un planteo serio de las prácticas educativas.

Si lo mirásemos desde otra óptica, tal vez las familias agradezcan los objetos brindados por las escuelas pero esas cosas no hacen a la calidad educativa, sí al marketing de ella y al alto impacto que en la sociedad representa.

En todos los discursos se puede observar que se resalta el papel de la Educación Pública, pero a la hora de la verdad, se la trata – o mejor dicho mal trata – de manera superflua, sin brindar soluciones estructurales que permitan formar ciudadanos capaces de continuar con una educación universitaria o insertarse de manera propicia en el mercado laboral.

Las políticas educativas deberían replantearse intensamente, dirigirse a la verdadera excelencia educativa y académica. Superar el discurso que atrapa miradas de espectadores pasivos en el ámbito educativo es el primer avance y se logra incorporando las voces de quienes si corporizan dichas políticas educativas, los mismos docentes. En síntesis, el docente y la educación debería ser el plato fuerte del discurso y no como versa el conocido dicho, la frutilla del postre.

Me despido reflexionando con el siguiente pensamiento “El poder, la riqueza y la fuerza de una Nación, depende de la capacidad industrial, moral e intelectual de los individuos que la componen y la educación pública no debe tener otro fin que el aumentar estas fuerzas, haciendo crecer cada vez más el número de individuos que la posean[…]. La escuela es la democracia. Necesitamos hacer de toda la República una escuela” Domingo F. Sarmiento –  en Educación Popular 1849 y discurso de 1868.

                                                                 Lic. Roxana Celeste Dib.

 

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